Me dispongo a escucharte porque no sé hacer otra cosa.
Estoy dispuesta a escuchar los latidos de tu corazón
y a contabilizarlos incluso, si fuera necesario.
Teotihuacán, 2010 |
Sentirte era insuficiente, entonces,
aprendí a escucharte
y a retenerte en la memoria
a través de tus calladas respiraciones
y tus palabras pausadas, excesivamente lentas y moduladas.
No hacía preguntas por considerarlas, yo misma, todas banales
ni comentarios por miedo inmenso a romper con mi bullicio
el monólogo que tu iniciabas con tus palabras
que yo disfrutaba, casi como si hubiésemos logrado
una conversación.
Emprendí una lucha conmigo misma
para entender el significado de cada uno de los detalles
de tu tono y de tu voz
me sorprendía divagando diferenciando entre
un silencio largo y uno corto
debía prestar suficiente atención para discernir rápidamente
cuál era cual.
Un día de tantos,
me dí cuenta, entonces, que te escuchaba
cuando estabas carente de palabras.
Me di cuenta del placer de escucharte todo,
y entendí cómo es dulce la compañía
en todas sus formas y sensaciones.
Me dispongo a escucharte ahora
que lo he aprendido a hacer muy bien
luego de desaprender tantas otras cosas.