Lo mejor fueron las huellas,
no por suaves ni por cercanas,
por efímeras.
Lo mejor era saber que éramos un siempre
que tendía a terminar.
Que si se quedaba, para siempre,
o se iba, para siempre,
era igual.
Eran mejores incluso,
que el eco del silencio
que de tarde en tarde fue
mi única melodía.
Lo mejor fueron los trazos
que, pronto, se iban a borrar.
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