martes, 1 de noviembre de 2016

El fin de las historias interminables

Bogotá en medio de una lluvia fugaz.
Fue una historia toda.
Toda perfecta, completa, compleja. 

Una historia interminable que se acabó.

Descubrí un día
que también las historias interminables se quiebran
como lo hacen los cristales
o las hojas secas. 

Hojas que por cierto aún no sabemos
si se suicidan
o se liberan. 

Se puede llegar a perder lo que se quiso
lo que fue concedido por la magia 
por la fuerza de los deseos cumplidos
o por el amor 
que incluso dicen que es más fuerte. 

Yo pensaba en esa historia como un producto de mis sueños.

Yo soñaba tantos sueños:
que fuera cierto, era el primero, 
que fuera como me la imaginaba
que no tendiera a desaparecer. 

Pero también soñaba el drama,
el drama que es parte arraigada en mis entrañas.

Y para mantener el drama
es necesario que las historias 
no lleguen a ser nunca la historia
ni los amores se conviertan nunca
en el amor. 

Cuando los propios sueños se oponen
unos a los otros
o no se tiene todo lo que se sueña
o se tiene solo por instantes. 

Así es como lo que un día fue tejido
-por sus besos en mis sonrisas-
como la mayor de las historias
como la historia más fuerte
como la historia interminable
un día con o sin sutileza
se descolgó de las ramas que lo tenían sostenido
y sin crujir siquiera
-la historia interminable- 
se acabó.  

Fin. 

En medio de obsesiones aparecen bandas sonoras variadas. Aleatoriamente me quedo con un silencio fugaz. Porque qué más fugaz, que un amor que nace para desaparecer.


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