domingo, 28 de diciembre de 2008

El llamado del agua


Llegamos allí cuando el sonido del agua nos llamó.

Una ruta sin rumbo conocido. Habría podido resultar como el primer viaje a Chicaque, llegando a una meta que nunca se sospechó.

Es Nimaima, en Cundinamarca. Donde el río negro atraviesa y lleva consigo el aliento que da el sonido del agua, sobre todo cuando reviste fuerza y afirma, como si fuera una sentencia.

Llegar es sencillo, pero no es sencillo hacer deportes extremos cuando hay poca gente. Mucho desgaste para pocos! Por suerte, dos fuimos suficientes para que el agua no cubriera del todo y valiera la pena la ruta sin rumbo.

Y es necesario subir para descender y caminar en medio del sol y sobre la arena, para llegar al punto en donde el temor te retiene y la curiosidad te impulsa.

Cincuenta metros... de agua cayendo sobre la piel y el corazón que late con ganas.

Y el agua nos acompañó también de regreso, recordándonos que fue su llamado el que no puso allí.

Y el tiempo parecía desaparecer entre tanta lluvia y los pies se hacían invisibles mientras desaparecían entre la arena que arrastraba el agua al caer de la montaña.

Y el tiempo que se hizo espera a nuestro beneficio, y de no ser así no habríamos podido volver esa noche.

Entonces la felicidad que fue producto de la casualidad...

Y ahora la melancolía, que no tiene motivos y nace justo de la ausencia de ellos. Pero también queda una tibia sonrisa que se atreve a asomar, convencida que envolverán otros motivos, mucho más grandes y con fuerza.


 
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